El escriño.
Los hombres tenían a gala confeccionar, a su novia o a su mujer, el escriño para el pan. El material empleado consistía en tallos escogidos de centeno, agrupados paralelamente, no trenzados, asegurados entre si con hilo muy fino y resistente de cáñamo. Se empezaba haciendo una base plana doblando en espiral la encañaura de centeno hasta que tuviera el diámetro deseado. A partir de entonces se continuaba levantando las paredes. El atado se hacía a tramos muy cortos. El gusto, y el amor del artesano hacia la propietaria, se materializaban en los dibujos, hechos con lacitos de colores intercalados entre las vueltas de aquella encañaura, que resaltaban por los laterales formando letras, flores o arabescos. Se remataba con un reborde más grueso. Siempre he admirado la habilidad de las manos que confeccionaban aquellas obras de arte. Este trabajo eran el mudo homenaje del hombre al objeto de su amor, aunque lo gritaba por las calles, en la cabeza de su mujer durante el trayecto entre su casa y el horno. El escriño demostraba sobradamente los sentimientos de ternura que aquellos hombres, de apariencia tosca y ruda, tenían hacia sus mujeres. Lo que no decían las palabras lo construían las manos, porque no estaba bien visto manifestar de otra manera el cariño que anidaban sus corazones, hubiera sido, en su mentalidad, un signo de debilidad del cual habría que avergonzarse, por considerarlo como propio de mujeres.
lunes, 9 de agosto de 2010
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lunes, 9 de agosto de 2010
Escriño - Las labores en casa
El escriño.
Los hombres tenían a gala confeccionar, a su novia o a su mujer, el escriño para el pan. El material empleado consistía en tallos escogidos de centeno, agrupados paralelamente, no trenzados, asegurados entre si con hilo muy fino y resistente de cáñamo. Se empezaba haciendo una base plana doblando en espiral la encañaura de centeno hasta que tuviera el diámetro deseado. A partir de entonces se continuaba levantando las paredes. El atado se hacía a tramos muy cortos. El gusto, y el amor del artesano hacia la propietaria, se materializaban en los dibujos, hechos con lacitos de colores intercalados entre las vueltas de aquella encañaura, que resaltaban por los laterales formando letras, flores o arabescos. Se remataba con un reborde más grueso. Siempre he admirado la habilidad de las manos que confeccionaban aquellas obras de arte. Este trabajo eran el mudo homenaje del hombre al objeto de su amor, aunque lo gritaba por las calles, en la cabeza de su mujer durante el trayecto entre su casa y el horno. El escriño demostraba sobradamente los sentimientos de ternura que aquellos hombres, de apariencia tosca y ruda, tenían hacia sus mujeres. Lo que no decían las palabras lo construían las manos, porque no estaba bien visto manifestar de otra manera el cariño que anidaban sus corazones, hubiera sido, en su mentalidad, un signo de debilidad del cual habría que avergonzarse, por considerarlo como propio de mujeres.
Los hombres tenían a gala confeccionar, a su novia o a su mujer, el escriño para el pan. El material empleado consistía en tallos escogidos de centeno, agrupados paralelamente, no trenzados, asegurados entre si con hilo muy fino y resistente de cáñamo. Se empezaba haciendo una base plana doblando en espiral la encañaura de centeno hasta que tuviera el diámetro deseado. A partir de entonces se continuaba levantando las paredes. El atado se hacía a tramos muy cortos. El gusto, y el amor del artesano hacia la propietaria, se materializaban en los dibujos, hechos con lacitos de colores intercalados entre las vueltas de aquella encañaura, que resaltaban por los laterales formando letras, flores o arabescos. Se remataba con un reborde más grueso. Siempre he admirado la habilidad de las manos que confeccionaban aquellas obras de arte. Este trabajo eran el mudo homenaje del hombre al objeto de su amor, aunque lo gritaba por las calles, en la cabeza de su mujer durante el trayecto entre su casa y el horno. El escriño demostraba sobradamente los sentimientos de ternura que aquellos hombres, de apariencia tosca y ruda, tenían hacia sus mujeres. Lo que no decían las palabras lo construían las manos, porque no estaba bien visto manifestar de otra manera el cariño que anidaban sus corazones, hubiera sido, en su mentalidad, un signo de debilidad del cual habría que avergonzarse, por considerarlo como propio de mujeres.
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