El martes estuve comprando telas. No pude resistir la tentación. Pasé por delante de la tienda de telas y había una amarilla y negra preciosa a menos de 2 euros. Entré. Y claro, no solamente había esa amarilla. Había muchas más a precios de lo más razonable. Así que aproveché. Ayer por la mañana, antes de irme a la ofi las lavé y las colgué, y por la tarde las planché.
La roja desteñia, así que la metí en la lavadora con vinagre y sal. Como para una ensalada. Ha salido preciosa, y seguro que con la tela de los pececitos tiene que quedar un quilt original.
Además, había que limpiar. Que con tanto calor, tanta ventana abierta, la Mishi y el Yako, no doy abasto a pasar la mopa. Siempre me he preguntado ¿de dónde sale tanto polvo? Recuerdo que mi madre de pequeñitas nos contaba que era la tierra de las estrellas que bajaba a la tierra e intentaba conquistarnos.
Este es un rinconcito de mi casa. Uno de los tantos que acumula el polvo. Cada pieza tiene su historia. El mueble lo encontró mi madre en un mercadillo de Zaragoza. Como va a cursos de restauración, me lo ha restaurado y teñido. Es un escritorio, con separaciones por dentro y todo.
El coche-lámpara está hecho por mi tío Juan, pieza a pieza. Soldado y doblado, de planchas de cobre. Tiene un asiento por dentro y un volante. Todavía estoy buscándole una tulipa que le vaya bien. Limpiarlo y barnizarlo con barniz especial para cobre fue cosa mía.
El espejo lo trajimos mi marido y yo de Granada hace unos años. Recuerdo que fuimos de acampada con el ZX rojo que teníamos y que apenas cabíamos los dos de la cantidad de cosas que llevamos. No exagero, en mi asiento además de yo, íbamos la almohada y el cesto de la comida. Imaginaros cómo iba el resto. Y yo me empeñé en comprar este espejo, a pesar de las advertencias de mi marido. Que no te va a caber, que el coche va a tope... Al final todo entró. Eso sí, no cabía ni una alfiler más.
El barco lo hizo un tío de mi marido de Salamanca, con dos cuernos de toro y dos agujas de tejer. Tiene ya un montón de años, y cuando me lo dio mi suegra estaba ya hecho polvo. Tuve que desmontarlo, lijarlo todo, volver a barnizarlo y volver a montarlo. Fácil, ¿verdad? Pues no os hacéis una idea de lo complicado que fue montar la velita que va sola (la de la izquierda). No quiso quedarse quieta hasta que en lugar de la cuerda le puse alambre, y lo forré con hilo de macramé.
Toda mi casa es un compendio de recuerdos y regalos. Y todos los guardo, arreglo y coloco. Realmente al final de nuestra vida lo único que nos queda de verdad son los recuerdos. Todo lo demás es pasajero. Por eso los hago lucir como lo que son, auténticos tesoros.
Para mí, no hay enfermedad más triste que el Alzheimer. Perder tus recuerdos es lo más doloroso que puedo imaginar.
Bueno, voy a ver si preparo un tutorial del bolso que me hice ayer.
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